En el centenario de la muerte de Velazquez Bosco
Como tuvo mucho qué ver con Guadalajara, a pesar de ser burgalés, Ricardo Velázquez Bosco debe ser recordado ahora cuando se cumplen los 100 años de su muerte. Él fue quien se encargó de inventar y levantar (todo a una) el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, y todos los edificios que le rodean. Por esa sola obra, debería pasar a la historia de la arquitectura española.
Entre los promotores del patrimonio artístico de Guadalajara, debemos siempre referenciar la figura de Ricardo Velázquez Bosco como un genio de la arquitectura que, desde su postura del “eclecticismo enfático”, como se ha calificado a su obra, y que no es otra cosa que un historicismo cuajado de referencias y guiños a la esencia de la arquitectura hispánica de todos los tiempos, en sus obras pueden leerse pasajes de la historia, y aún de la poesía, o la pintura, que árabes y cristianos, judíos y mudéjares han dejado sobre el suelo patrio.
Nació Velázquez en Burgos, en 1843, demostrando desde muy joven gran afición a la arqueología, a la historia, a los monumentos. Ayudante con arquitectos y catedráticos, a los 32 años de edad, ya viviendo en Madrid, decidió cursar la carrera de Arquitectura, acabándola en 1879, consiguiendo en 1881 por oposición la cátedra de «Dibujo de Conjuntos e Historia de la Arquitectura».
Enseguida recibió una serie de encargos, sobre los que trabajó en cuerpo y alma, obteniendo maravillosos, deslumbrantes resultados. Entre 1883 y 1888 construyó la Escuela de Minas de Madrid, hizo la restauración de la Mezquita de Córdoba, el palacio de Velázquez en el Retiro madrileño, y el Palacio de Cristal en el mismo lugar. Más adelante construiría el Ministerio de Fomento, en Atocha, y luego el Colegio de Sordomudos en el paseo de la Castellana.
Fue considerado progresivamente como un autor sumamente novedoso, atrevido, imaginativo, plenamente identificado con el pujante momento socio‑económico de la Restauración borbónica. Cada año más famoso, recibió encargos de todas partes, pudiendo atender tan sólo al Estado y a gentes de tanto poder económico como la Condesa de la Vega del Pozo, que le trajo a Guadalajara donde desarrolló una labor constructiva de las que hacen época.
Aquí reformó, por encargo de esta señora, su palacio residencial en el centro de la ciudad (actual Colegio de Maristas) y su oratorio de San Sebastián. Luego comenzó a planificar y dirigir las obras de la Fundación Piadosa o Asilo de Pobres, y del Panteón donde doña María Diega Desmaissières quería enterrar a su padre, y finalmente le sirvió a ella de mausoleo. Este conjunto, denominada Fundación “San Diego de Alcalá” por su creadora, fue construido entre 1877 y 1916, y es sin duda la obra capital del arquitecto Velázquez. Además levantó, poco después, todo el conjunto rural del poblado de Villaflores, con su caserón central, su palomar, su capilla, y sus casas de residencia y almacenes. Un gracioso conjunto, hoy semiabandonado.
Murió en 1923. Su huella genial quedó entre nosotros, y hoy puede Guadalajara enorgullecerse de contar con la obra mejor de este mago de la arquitectura finisecular. El Ayuntamiento que presidió Antonio Román le dedicó una calle hace unos años, con todo merecimiento.